23.9.08

El blanco del miedo

Los funerales de Oscar Panizza/George Grosz


Esta no es la primera vez, en los últimos once años se han realizado, con mayor o menor concurrencia, cuatro manifestaciones con la demanda del combate a la “inseguridad”. La movilización es una reedición de las anteriores y en particular de la de 2004. La convocatoria se realiza a partir de sucesos específicos que posibilitan un caldo primigenio mediático. Las televisoras, la mayor parte de los periódicos y las radiodifusoras colocan en el centro de la agenda la delincuencia. Aparecen en todos los medios, a todas horas, testimonios de asaltos, extorsiones y secuestros. A esto se suma la corrupción de los cuerpos policíacos y los ministerios públicos. Aunque todo esto forma parte de la cotidianidad de millones de personas, la exposición mediática refuerza la experiencia de impotencia de la población; sin embargo se trata de dos cuestiones distintas que, anudadas, ponen en funcionamiento la idea de desorden que es imprescindible para la emergencia del discurso de la “mano dura”.
A pesar de esta similitud y de que existe continuidad en la manera de plantear la demanda, el contexto del país ha cambiado sustancialmente. Recién llegado a la Presidencia de la República, Felipe Calderón lanzó una campaña de seguridad pública denominada “Limpiemos México”. Ésta tuvo como eje, el combate al crimen organizado a partir de la militarización de buena parte del país. La retórica y las promesas de guerra con que se estableció esta desafortunada estrategia, nos han situado en el periodo histórico contemporáneo más parecido a una confrontación bélica. La fragmentación de los carteles de narcotraficantes sumada a esta renovada “Cruzada” ha colocado a segmentos de la población en el centro de un fuego múltiple en el que las víctimas se cuentan por miles. En la totalidad del país se ha reconfigurado el lenguaje de la violencia, se han incorporado palabras como levantones, decapitados y ejecuciones a las conversaciones cotidianas.
Esto desde luego, trastoca cualquier noción preexistente sobre seguridad pública. El que la violencia se haya desatado de la manera en que lo ha hecho en conjunción con el discurso que se difunde en los medios de comunicación, tiende a diluir las fronteras entre la criminalidad que procede de la desigualdad creciente en el país y aquella que sólo existe a través del amparo del poder económico y de la corrupción del Estado.
El resultado de esto es la emergencia de un miedo crecientemente abstracto y difuso que no puede ser procesado socialmente y que se basa en la idea de que “nadie está a salvo”. A cambio de esto, la construcción mediática de una lucha contra la delincuencia lanzada por Felipe Calderón, hace recordar el recurso de las cifras en el mundo orwelliano de 1984. En lugar de hacer alusión a la producción de zapatos o abrigos en el mundo totalitario; nuestras sutiles telepantallas nos hablan de la detención de tropecientos delincuentes, o el decomiso de “N” cantidad de cocaína.
Así, en medio de un clima de terror, apareció el acontecimiento que daría pie a la convocatoria para la movilización. Efectivamente, Iluminemos México, el “movimiento de expresión ciudadana” que se encargó de organizar la marcha; surgió de manera expresa a raíz del hallazgo del cuerpo de Fernando Martí, hijo del empresario Alejandro Martí. El muchacho de catorce años había sido asesinado semanas antes, después de la negociación de su liberación, habiendo sido víctima de un secuestro extorsivo. Como ha ocurrido en otros casos, las características del crimen, sumado al hecho de que el rescate había sido oportunamente pagado, hicieron del acontecimiento especialmente impactante para la sociedad.
Por su parte, los otros dos referentes de este tipo de movilizaciones, México Unido Contra la Delincuencia y el Consejo Ciudadano de Seguridad Pública y Justicia Penal, tuvieron un papel más bien discreto, muy diferente al de las anteriores movilizaciones. Pensamos que esto tiene que ver con dos posibilidades que pueden estar relacionadas entre sí. Por un lado, las movilizaciones anteriores, en particular la de 2004, fueron vinculadas con sectores de la ultraderecha y en especial con la organización secreta conocida como “El Yunque”; por el otro, la efectividad de las movilizaciones y de las propias agrupaciones ciudadanas, ha sido raquítica. De modo que una hipótesis es que se haya visto necesaria la creación de una organización diferente, al menos nominalmente, para dar un renovado impulso a la demanda. De cualquier modo, al igual que en las ocasiones anteriores, la organización convocante propuso una agenda de trabajo con distintas instancias de gobierno a partir de la prueba de fuerza que constituye una marcha de este tipo. Es lo que les permite, en última instancia, ser acreedores de cierta representación ciudadana, cosa por cierto, altamente cuestionable.

De éste modo, el 30 de agosto pasado, una gran marcha de blanco llegó al Centro Histórico de la Ciudad de México que tan afanosamente, la alianza de gobiernos capitalinos con Carlos Slim les ha construido.
Para alguien que ha asistido a decenas de marchas, como el que esto escribe, la movilización resultó una experiencia sui generis. Por un lado y aunque me lo habían advertido, el componente social era impactante. No pude evitar pensar que no es común ver a tanta gente como la que estaba en la marcha, recorriendo las calles. Y creo que algunos de ellos experimentaban cosas similares al subirse al metro, en la forma de caminar, en la manera de observar y en general, en el modo de desenvolverse en una manifestación.
Por cierto, la marcha fue todo menos silenciosa. Se trataba más bien de una catarsis alentada quizá por la novedad que representa un acto de este tipo para quienes por primera vez acuden. Sobre todo porque no hay, en sentido estricto, aspectos programáticos. Tampoco hubo oradores en la plaza, tan sólo puntos de salida, llegada y un espacio por llenar.
Otro elemento es que aunque no existe una representación definida, e incluso no hay “una” vanguardia de los contingentes, las víctimas famosas de la inseguridad adoptan un papel protagónico. Sobre todo Alejandro Martí quien aunque no logra marchar por el asedio de los medios, se convierte en el demiurgo del miedo, dotando a la movilización de una consigna que se generaliza y recorre los miles de cuerpos que avanzan hacia el Zócalo: Si no pueden, renuncien¡
La valla de policías que se angosta conforme los pocos contingentes y los muchos individuos avanzan por Madero, hacen aflorar contrastes que llaman poderosamente mi atención. Porque sí, no era del todo, pero sí era, diferente el color de la piel, el cabello, la ropa, la vida de las personas.
La llegada al Zócalo desordenada, se da por diferentes calles. Aunque mucha gente simplemente se retira al llegar, para las 20:30, la plaza y sus alrededores están completamente llenos para llevar a cabo el “ritual de la unidad”: cantar el himno nacional. Apenas termina el cántico cuando la plancha comienza a despejarse. Entonces se da el duelo de gritos y consignas entre los partidarios de distintas versiones de la “mano dura”. Calderonistas y Ebradoristas se exigen entre sí las respectivas renuncias de sus paladines.
Mucho más de lo imaginado por el que esto escribe, la demanda por la pena de muerte a secuestradores y otro tipo de delitos, es amplísima en la movilización. Esto se vuelve más evidente ya con el Zócalo semivacío. Son muchos los que portan pancartas, pero son más los que contagiados por el miedo, al ser interrogados contemplan la pena capital como una necesidad.
De éste modo se inocula el miedo, poco a poco, cediendo otro más, restando a las libertades, tolerando retenes en las calles, operativos en el metro y el pesero. Haciendo normal el Estado de excepción.

Aparecido en el periódico Metate de la Facultad de Filosofía y Letras.

20.9.08

1968-2008: Las impugnaciones generacionales

Saturno devorando a sus hijos/Goya

Era predecible que, después de 40 años, los acontecimientos de 1968 fueran integrados a la agenda de lo que mediática e institucionalmente debe ser recordado. En ese sentido, no sorprende que el legado de la generación que participó en el 1968 aparezca diluido en el discurso gubernamental, siendo presentado como el slogan de un producto conocido como “La Apertura Democrática de México” (así, con mayúsculas).
Esta situación supone la asimilación del 68 a la tradición historiográfica hegemónica en México, cuya principal característica es hacer compatibles aquellos antagonismos que con poco esfuerzo se hacen evidentes. Por esa vía, la inercia interpretativa asume que las protestas estudiantiles culminaron en la “normalización democrática”, basada en la alternancia en el poder; condenando al olvido las luchas que, desde distintos frentes y con diferentes métodos, se dieron en el campo y la ciudad con el objetivo de derrocar a la dictadura institucionalizada del PRI.
De cualquier manera, aunque de momento el 68 también esté incorporado al “frenesí de liturgias históricas” , creemos que vale la pena establecer algunas consideraciones sobre el contexto de aquellos años y reflexionar sobre la herencia que nos han dejado.



I

“La Revolución estará mejor en las manos de todos
que en las manos de los partidos.”
(Ernesto y los incendiarios de la calle Gay-Lussac) La Sorbona, 1968

Existen un par de ideas bastante difundidas respecto a 1968 que se presentan como una contradicción de manera inmediata. Por un lado se hace referencia a este año como una movilización de carácter mundial, replicada en ciudades como París, Praga, México, Nueva York, Chicago, etc. Por el otro, suele ser visto como un proceso más o menos espontáneo. Esto merece algunas consideraciones.
El 68 abreva de distintos procesos que, para un análisis más cuidadoso, deben ser revisados caso por caso; sin embargo, también existen otros que de manera más general son compartidos. Uno muy importante son las luchas por la descolonización que tuvieron lugar en Asia y África, principalmente. En Estados Unidos, otra vertiente la encontramos en la lucha por los derechos civiles, encabezada por Martín Luther King, y en las protestas contra la guerra en Vietnam. Mención aparte merece la Revolución Cubana, que en los años posteriores al 1959 lanzó a miles de jóvenes latinoamericanos a “crear” las condiciones subjetivas a las montañas y llanos del Continente.
En países como Estados Unidos o Francia, estas luchas alentaron una crítica social inesperada en el contexto de los “años dorados del capitalismo”, que van de la segunda posguerra, hasta el año de 1973 con la crisis de los precios del petróleo. Sin embargo, como señala el entonces militante francés sesentayochero, Daniel Bensaid, la juventud que no aceptaba el orden capitalista duda en identificarse con el movimiento obrero internacional, descuartizado por la crisis del estalinismo. Por el contrario, los jóvenes militantes de los países europeos y de Estados Unidos, encuentran en el “tercer mundo”, en sus dirigentes y sus teóricos, la actualización de un marxismo que ya era moda juzgar superado. Ejemplos de ello son el Guevarismo, el Fanonismo, el Maoísmo y un largo etcétera.
Pero aun con la aportación de estas expresiones revolucionarias, el espacio para la acción política estaba, en términos generales, acotada a tres grandes vertientes: los partidos Socialdemócratas de occidente; los Partidos Comunistas, y los ya señalados Movimientos de Liberación Nacional en el “tercer mundo”. El año 68, en ciertos contextos, puede ser entendido no sólo como una impugnación al orden capitalista mundial, sino también como una rebelión contra la tradición de la izquierda histórica, basada en 40 años de expresiones de culto a la personalidad del líder y a la solemnidad militante. Es en parte por esto que las revueltas de aquella época, abiertas en todos los frentes del mundo bipolar, tuvieron un marcado acento antiautoritario e incluso festivo.
Pero además existe un cambio programático en cuanto a la manera de plantear y concebir las demandas políticas. En efecto, la antigua fijación de la toma del poder comenzó a ser cuestionada en tanto objetivo primordial de las organizaciones políticas. Esto tuvo que ver con el hecho de que, a nivel mundial, existían diversas experiencias de movimientos populares y partidos de izquierda que, luego de llegar al poder, no lograban resolver la cuestión de la hegemonía mundial del capitalismo; pero que, sobre todo, no conseguían mejorar las condiciones de vida de la población. De igual manera, también el proyecto de la planificación estatal para lograr el desarrollo industrial, constituido como paradigma a nivel mundial, comenzaba a ser desestimado; el 68 “sembró la duda ideológica, erosionó la fe”
Con ello también perdió centralidad, o mejor dicho univocidad, el rol de liderazgo del proletariado industrial. A partir de 1968 se comienza a perfilar la existencia de movimientos sociales de “minorías” (mujeres, ecologistas, homosexuales, pueblos “originarios” y, de nuevo, un larguísimo etcétera), que no estaban dispuestas a esperar la consecución del objetivo primario (la toma del poder estatal) para reivindicar sus demandas particulares. Por esa parte, el 68 es un parteaguas en el inicio del reconocimiento de la multiplicidad de sujetos que hacen la historia.
Otra de las grandes aportaciones de este proceso, es el ejercicio masivo de formas de participación que cuestionaban el orden establecido. La centralidad de la asamblea como espacio verdaderamente democrático para la toma de decisiones, y la creciente participación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida pública, constituyen la denuncia del autoritarismo de la democracia representativa y del conservadurismo social imperante, respectivamente.


II
Imannuel Wallerstein es uno de los pensadores que ha caracterizado al 68 como una revolución mundial, y sobre ésta afirmaba, hace algunos años, que: “(…)incluso en el caso de que los estados sufrieran u operasen una regresión radical del ideario heredado del 1968, los movimientos antisistémicos no serían jamás capaces de hacerlo (porque de hacerlo perderían con ello su legitimidad).” Consideramos que ambas cosas han ocurrido, y que esto ha sido posible gracias a la participación activa de algunas personas que en el pasado se sumaron al ideario del 68; ya fuese desde la militancia política o simplemente como partícipes del ambiente de época en lo cultural.
Así, el último tercio del siglo XX nos ha mostrado una dialéctica inesperada e inquietante de este movimiento que sacudió al mundo hace cuarenta años. La reconversión de algunos de los actores emblemáticos de esa época en personajes integrados al establishment y a las jerarquías que detentan el poder político-económico, artístico, cultural, académico o científico, constituyen una prueba de esto; y han contribuido a la aparición de distintos tipos de crítica generacional expresadas en los mismos ámbitos.
Para entender esto, creemos importante introducir dos elementos que tal vez ayuden a explicar parte de este proceso. Por un lado, la generación del 68 sufrió durísimos golpes en lo relativo al elemento ideológico-moral, siendo el final del socialismo real el principal de ellos. La caída del bloque socialista en la forma como ocurrió, en combinación con la emergencia de China como el paraíso de la superexplotación y la connivencia del capital financiero con la estructura del Partido Comunista, son acontecimientos que pueden desmoralizar a cualquiera. Como sabemos, en el caso de México, el proceso de la legalización de la izquierda produjo división, frustración y desencanto. Y es que mientras sectores importantes de la generación del 68 ingresaban en la órbita de lo que parecía ser una versión mexicana de las transiciones pactadas, el Estado mexicano seguía reprimiendo duramente a movimientos populares que se oponían a los mecanismos de institucionalización del conflicto.
Por otro lado, existe una interpretación que resulta al menos sugerente, y que tiene que ver con la reducción del ideario programático del 68. Desde esta perspectiva, algunos de los principios constituyentes de la lucha del 68 resultaron ser, años después, altamente compatibles, a partir de su deformación, con el ideario neoliberal. Como señala el pensador norteamericano David Harvey: “Todo movimiento político que sostenga que las libertades individuales son sacrosantas es vulnerable a ser incorporado el redil neoliberal [...] (Los participantes del 68) demandaban libertad frente a los constreñimientos paternos, educativos, corporativos, burocráticos y estatales.”
Lo que logró escindir la retórica neoliberal fue justamente el principio de libertad individual, tan ansiada por estas generaciones, de la noción de justicia social. Esto ocurre, de acuerdo con Harvey, porque ambas nociones no son del todo homologables; la búsqueda de la justicia social presupone vínculos de solidaridad social y una disposición a sumergir las carencias, necesidades y deseos individuales en la causa de una lucha algo más general por la igualdad social. A cambio de ello, el neoliberalismo ofrece una visión de libertad individual que diversifica el consumo, los estilos de vida, los modos de expresión, y una amplia gama de prácticas culturales.

III

No podemos omitir los casos de muchos miembros de la generación del 68 que siguieron participando en distintas luchas, alimentando el proceso de construcción de alternativas en los momentos más críticos de la hegemonía del consenso neoliberal. Sin embargo, en términos generales, estos casos son la excepción. Por el contrario, la participación de los coetáneos al 68 en la construcción del mundo tal y como hoy lo conocemos, es irrebatible. Por supuesto esto ha ocurrido de distintas formas. Desde la simple indiferencia y el desencanto que proliferan en lo cotidiano, a la incorporación masiva a las jerarquías institucionales o empresariales. Otros, los más execrables entre todos, operando de lleno como think tanks del proceso.
Seguir puntualmente el recorrido de estas transformaciones exhibiría muchas contradicciones que se plantean en los contenidos políticos, culturales, ideológicos, etc. Sin embargo, una operación más inmediata consiste en observar que esta visión liberal utópica, sólo se ha podido sostener mediante la fuerza, la violencia y el autoritarismo. Creemos que en ello reside el aspecto más cuestionable de la complicidad de esta generación con el sistema de exclusión, despojo y explotación que hemos heredado. Más allá de lo discursivo, el neoliberalismo se presenta como un conjunto de políticas económicas que contradicen en los hechos la esencia de los ideales que alentaron las revueltas estudiantiles de los años sesenta.
Ahora somos espectadores de la herencia cultural de aquellos años, pero en clave neoliberal. Y es que desprovista ya del carácter colectivo, contestatario y festivo, su manifestación actual supone el cultivo de la nostalgia a partir de rituales generacionales reducidos a su valor de intercambio en el plano de su incorporación al mercado.
Finalmente, pensamos que la simple condena no contribuye a explicar nada. Realizar una desmitificación de la generación del 68, puede ser un ejercicio saludable para el movimiento estudiantil y para otras luchas tocadas por la impronta de esa memoria. Tratar de entender estos procesos, tal vez nos permita imaginar un otro mundo posible. Así como el pasado y los legados suelen ser ambiguos, creemos que está en las nuevas generaciones la capacidad de seleccionar qué de ese pasado es valioso y útil para la actualización y resignificación de sus contenidos; que no sólo no han perdido vigencia, sino que ahora, en el 2008, se vuelven más urgentes.

Aparecido en la Revista Independiente Palabras Pendientes para el numero especial sobre los cuarenta años del 68