27.10.08

Día de muertos...

No impunidad/Beatriz Aurora


Nuestros compañeros caídos, un saludo revolucionario para los compañeros caídos el 1 de enero de 1994. Sangre que no se puede pisotear, sangre que no se puede burlar, sangres que son sagrados; y que creemos que por esa sangre están ustedes y estoy yo aquí en este templete, y gracias a mi pueblo que me concedió este templete de hablar enfrente de ustedes, de conocer estos distintos rostros de hombres, de mujeres, y veo también niños que están amenazados sus… bueno su futuro, todos nuestro futuro
Comandante Zebedeo, 2 de noviembre de 2006



El modo como solíamos percibir el paso del tiempo se ha modificado. Existe la sensación de que el tiempo transcurre más rápido y que contiene cada vez más acontecimientos. También cunde la sensación de que la mayor parte de las cuestiones importantes escapan a nuestra decisión. Lo que vivimos ahora es una suerte de “presente omnipresente”, vertiginoso, demandante, predatorio; en donde los acontecimientos se confunden entre sí, aquellos que son relevantes y los que no lo son en absoluto. El pasado y el futuro pierden como referentes; uno por amnesia y el otro porque se diluye en la catástrofe. El duelo y la muerte no son ajenos a este cambio. Lo propio de un dos de noviembre cualquiera de acuerdo a esta lógica es la repetición, es algo que sucede todos los años y que nos dispara al recuerdo de la gente que ya no está. Y aunque la fiesta de la muerte mexicana constituye un valor cultural tal vez único en el mundo; tampoco podemos eludir que en algunos casos se trata de la ritualización artificial de la muerte. Del cumplimiento de un calendario que produce y oferta emociones o sucedáneos de éstas. Lo que tal vez quede, es la problematización del sentido de recordar a los muertos. En un país como este, en donde la injusticia y la impunidad conforman una experiencia cotidiana; vale pensar en todos aquellos quienes con miras más lejanas, pensando en los más, ofrendaron el tiempo que les fue dado. Sobre todo si algunos de ellos recorrieron los mismos pasillos que ahora caminamos, si para ellos fue cancelado el tiempo del que ahora seguimos gozando. Es preciso arrancarlos del olvido, de las coyunturas; o peor aún, de su muerte como una extensión de la nota roja, como agregados del resumen de noticias del día. Que tengan un lugar.De ese modo es como se pueden tejer hilos que conduzcan a la salida del laberinto. Tejer un pasado con el presente. La salida no es visible por ahora y es por ello aún más importante no abandonar la tarea de tirar ese hilo que levantarán otros después, del mismo modo como algunos recogieron del que ahora disponemos y que son nuestras señales de ruta. Esta es una tarea que no termina y de la cuál no se desprende una promesa de futuro. Esto es lo más importante, que eso que denominamos futuro no existe sin que en él se encuentren todas las generaciones que nos precedieron. Que quepan en ese futuro.
Este es el secreto compromiso entre las generaciones y como decía Benjamin: Si hay una generación que debe saberlo, esa es la nuestra: lo que podemos esperar de los que vendrán no es que nos agradezcan por nuestras grandes acciones sino que se acuerden de nosotros, que fuimos abatidos.
Recordando, haciendo, pensando, pondremos a salvo en la memoria a nuestros compañeros muertos por la violencia de Estado, que oculta su rostro tras el velo de la impunidad, poniéndolos también a salvo de la historia que busca borrarlos y sustraerlos de ella.

Publicado en Periódico Recorrido

22.10.08

La noche de la bandera roja



En 1968 yo era estudiante de primer año en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC). En aquel entonces el director era Enrique González Casanova. Ante la creciente efervescencia política en el ámbito estudiantil, un grupo de alumnos y maestros actuaron desde un inicio en contra de que el CUEC se integrara plenamente al movimiento; entre ellos, Alfredo Joskwicz fue su voz más enérgica y elocuente. Nuestro líder, Leobardo López, discutía acaloradamente con Joskwicz (con quien, al parecer, mantenía una fuerte amistad), en el patio de la escuela.
Las cosas en el CUEC tenían que seguir su curso normal, continuar con las clases y con la filmación de los trabajos de tesis. Lo esencialmente importante, subrayaba enfáticamente Joskwicz, era mantenerse en la enseñanza y la producción del cine de autor. “¡Adelante!”, respondía Leobardo, pero lo que se desarrollaba a toda velocidad ante nuestros ojos era un acontecimiento histórico, no podíamos dejarlo pasar sin documentarlo mínimamente. La universidad era uno de sus focos principales y nosotros éramos, precisamente, su escuela de cine. Como universitarios estábamos obligados a insertarnos en el movimiento y filmarlo, retenerlo en imágenes. Dadas las condiciones, era el momento de ser documentalistas. Tomamos la escuela. El Comité de Huelga del CUEC integrante del Consejo Nacional de Huelga quedó formado así: Representante, Leobardo López; Primer Suplente, Sergio Valdés, y Segundo Suplente, León Chávez Teixeiro.
Debido al raquítico presupuesto que tenia el CUEC sólo había una cámara de cine, de manera que los que no llegamos a manejarla, haríamos foto fija. Yo tenía una cámara de 35 mm. marca Aries, con muy buen lente. Prácticamente me dediqué durante todo el movimiento a tomar fotografías, esa fue básicamente mi labor. Recogía en el CUEC cinco o seis cargas de negativos para blanco y negro y, una vez expuestos, los regresaba al laboratorio para su revelado.
De mis experiencias directas en el movimiento, la más impactante fue, tal vez, “La noche de la bandera roja”, como podríamos llamarle.
Las citas a las marchas eran a las 4 p.m. en el Bosque de Chapultepec, en el sitio del Dios Tláloc. Siempre contentos, animosos, festivos, decididos, reconociéndonos entre todas y todos como iguales, en una identidad de lucha común contra un enemigo común. ¡Por fin!, Por primera vez todos los estudiantes se unían, después de tantos años de enfrentamientos y rencillas, de caer en provocaciones de los porros.
Ya era de noche cuando la enorme y larga marcha de cientos de miles de compas se reunió en el Zócalo. Nos sentamos en el piso de la plaza para descansar y para escuchar mejor a los oradores que habían esperado a que llegara el último contingente. Ahí tenían a miles de compas que les exigían honestidad, no un rollo, sino palabras que expresaran con veracidad y coherencia el pensamiento, la acción y la emoción del movimiento. Se expresaron esa noche especialmente motivados, inspirados, radicales.
De pronto se fue la luz eléctrica de toda la plaza y alrededores, quedamos a oscuras. En la euforia y determinación se tocaron las campanas de Catedral. Y al final del mitin, en el mástil de La Plaza de la Constitución ¡se alzó una bandera roja! Querían imponer su oscuridad, formar un cuadro siniestro. Nos pusimos de pie y empuñamos antorchas encendidas. Al “Judas” Díaz Ordaz, “Gorilita, gorilón” , se le hizo flama efímera de cartón, cenizas pisoteadas y basura. En un ambiente teatral, a la luz de las antorchas, se pintó sobre la puerta y los muros de Palacio Nacional un gorilota con la mano tendida y consignas de rechazo al cinismo hipócrita del Gobierno. Tomamos la plaza en fiesta y en juegos. Cerca de la media noche muchos compañeros se habían retirado, pero el movimiento se ponía en plantón hasta recibir respuesta a la exigencia del diálogo público con el Gobierno. Se prendieron fogatas por toda la plaza. Era como estar en una escena cinematográfica de la Revolución Mexicana, como años después recordaría un amigo.
La banda estaba nerviosa, pero echándole ganas, haciendo comentarios sobre si se atreverían a reprimir de nuevo: “No, claro que no, ya sería mucho, además está lo de las Olimpiadas, la prensa internacional esta pendiente de lo que sucede”, se decía. Ingenuamente, a pesar de las represiones ya sufridas en el movimiento, incluida la toma de la UNAM, intentaban creer que “no serían capaces, no se atreverían a tanto”.
Más tarde me encontré con un amigo con el que compartía casa; llegó con dos zarapes y una guitarra. Recorríamos algunas de las hogueras que ya se habían encendido por toda la plaza, tomando fotografías, platicando con la banda y si se daba, poniéndonos a cantar un rato. Durante el mitin, con la luz de las antorchas se lograba divisar a los soldados que nos observaban desde las azoteas de Palacio Nacional. Ahora los buscábamos mirando hacia lo alto de los edificios que, con la luz de las fogatas en los ojos, aparecían más oscuros y siniestros. De esa oscuridad brotó de pronto una voz autoritaria que, tratando de aparentar civilidad y moderación, nos otorgó “benignamente” unos minutos para retirarnos de la plaza. Era pública y, paradójicamente, en la lógica de este personaje no teníamos derecho de permanecer en ella a altas horas de la noche.
Después de tanta energía gastada, ahora el personal se mostraba en general agotado y nervioso. La oscura voz sembró la duda: “Mejor retirémonos de aquí”, decían unos. La total oscuridad del Primer Cuadro dramatizaba el ambiente y parecía anunciar algo no muy dialogante. Para otros compas sólo era una amenaza para espantarnos: “No nos movamos, tenemos que resistir, sólo están tratando de atemorizarnos”.
De pronto, llegó corriendo Leobardo López cargando la cámara de cine y me dijo: “Me informaron unos compañeros que hay soldados en las calles cercanas al Zócalo. Vamos a ver, si es verdad hay que filmarlos y tomarles fotografías”. Corrimos con rumbo a Palacio Nacional, apenas atravesábamos el centro de la plaza cuando notamos, casi adivinando, que de la oscuridad de ambos costados de Palacio salían soldados. Entraban marchando en filas de 10 o 15 hombres en fondo. Portaban cascos de metal y fusiles con la bayoneta calada, que brillaban amenazantes a la luz de las flamas de la madera prendida. En el alboroto, preocupado por tomar las fotos, perdí de vista a Leobardo y a mi amigo que cargaba con los zarapes y la guitarra.
Los soldados fueron cubriendo la plaza formando un embudo, permitiendo sólo una salida de escape. Nos aventaron como a ganado, apretujándonos por la calle 5 de Mayo. Una cuadra o dos después del Zócalo me encontré nuevamente a Leobardo. Ante el alboroto y desconcierto de los compas se trepó al techo de un camión del Politécnico y pidió que tuviéramos calma, que no cayéramos en la provocación. La gente corría despavorida, dando gritos de coraje, de desesperación e impotencia; se gritaban consignas, se lloraba, se le mentaba la madre a los soldados y al pinche y puto Gobierno. También se enfrentaba a los soldados diciéndoles que eran pueblo, que se pusieran en contra de sus amos; súplicas de que no siguieran reprimiendo, que todos éramos mexicanos. Se les retaba casi golpeándoles el rostro. Al estar frente a ellos, cara a cara, advertíamos que también tenían miedo. Se veían muy nerviosos, pálidos y con los ojos de pacheco.
Más adelante entraron a la calle tanques de guerra, grandes y pesados, con un largo cañón al frente que giraban apuntando para todos lados. Eran tan grandes que se veían grotescos en el angosto espacio de la calle. “¡No mamen!, ¿Van a disparar?”, pensé. Sonaban una sirena aguda que enardecía los nervios. Sus pesadas orugas tronaban el pavimento avanzando sin miramientos, dispuestos aplastar como bichos a los que no lograran escapar.
En ciertos momentos yo también salía corriendo, aterrado y cubriendo la cámara con mi chamarra para que no me la viera algún tira; pero me detenía de pronto, avergonzado, cuestionándome, y corría de regreso hasta donde los tanques y los soldados encontrándome con compas que seguían reclamándoles. Me senté en los hombros de compañeros para hacer tomas de más altura. Detrás de las primeras filas se formaba un espacio donde estaban los fotógrafos de la prensa, oficiales del ejercito, tiras y tipos con ombligo de jefes burócratas. Por todas las calles cercanas a 5 de Mayo también se desplegaba el Ejército y la tira. Los soldados insultaban, golpeando y amenazando con sus bayonetas.
Paralelamente, aparecieron varios taxis vochos con la puerta abierta y un tira “secreto” en el asiento trasero que te invitaba a subir diciendo: “¡Vente, compañero, súbete rápido!”, “¡Vámonos de aquí!”. En la desesperada huída muchos compas se subieron. ¿A dónde se los llevaron?, quizá al Campo Militar Número 1, no se sabe. Lo mismo eran de temer las ambulancias de la Cruz Roja. ¿Cuántos quedaron abajo de algún tanque, atravesados por una bayoneta, quebrados por una bala o un culatazo? Meseros y tiras “secretos” cubrían las puertas de restaurantes, hoteles y congales en general para que ninguno de nosotros pudiera entrar. “!No, no, sácate de aquí!” Se burlaban y divertían de lo lindo con la madriza. Éramos esclavos mal portados, nos merecíamos los tanques, los culatazos, las bayonetas, los insultos, el castigo. ¡A ver si ahora sí escarmentábamos! Era ya la madrugada. En el resto de la ciudad todo parecía tranquilo, durmiendo, viendo la tele, divirtiéndose con unos tragos. Nos sentimos solos.
Poco antes de llegar a San Juan de Letrán y Avenida Juárez, un compa me aviso que unos tiras andaban preguntando por mí. La avenida Juárez estaba iluminada, con algunos turistas, como en otra película. Los vochos recorrían las calles como cucarachas... buscando. La Alameda también a oscuras. Mi amigo y yo ya teníamos rato de habernos topado nuevamente. Pequeños grupos de compas caminaban por Juárez rumbo a Reforma; nos aconsejaron seguirle por ahí. Se veía más gente en pachanga y turistas, menos desolada. Además de la cámara y los rollos con las fotos, aún cargábamos con la guitarra y los zarapes, que mi cuate nunca aflojó. “Oye, carnal, ¿traemos credencial de que venimos del Zócalo o pensarán que somos turistas?” ¡Je!, En momentos todo aparentaba estar en calma, a pesar del canto de las sirenas.
El logotipo de las Olimpiadas, un recuadro negro con la silueta de una paloma blanca al vuelo. “¡Paz!”, lucía en la parte alta de todos los aparadores de Paseo de La Reforma. Esa paloma, simbolizaba para nosotros el cinismo de los asesinos, el Poder. Cuando más tranquila se notaba la avenida, surgían chavos corriendo por las banquetas como en fila india. Separados entre ellos por unos 5 o 10 metros y sin detener su carrera, plantaban sobre las palomas blancas la huella de su mano con pintura roja. Nos hervía el pecho de gusto. Un auto estaba carbonizado. Más adelante otro ardía en llamas.
Enfilamos hacia la Santa María la Ribera, hacia la casa que compartíamos amigas y amigos. Le llamábamos “La Comunidad”. Seguían sonando las sirenas de las patrullas y las ambulancias; sobre todo hacia el Casco de Santo Tomás y la Normal. El tramo se nos hizo eterno, cada taxi era una amenaza. Llegamos de zarape y con guitarra. Veníamos de una gran fiesta con un intenso mutis. Sergio Valdés, que también era de los integrantes de “La Comunidad”, ya se encontraba dormido. Al otro día le dije a Sergio que la tira andaba tras de nosotros también, los suplentes del CNH.
Al día siguiente, me jalé para el CUEC a entregar los negativos, y ahí encontré, como siempre, firme y chambeador, a Roberto Martínez. De ahí al Zócalo para el acto de “desagravio a la bandera” que armó el Estado, obligando a asistir bajo amenaza a los chambeadores de las oficinas de Gobierno. Los compas trabajadores protestaron y mostraron su acuerdo con el movimiento. Se reprimió gacho otra vez.
El capital estaba inquieto ante la simultaneidad y similar radicalidad de los movimientos sociales que aparecían en importantes ciudades como París, Roma, Londres, Berlín, Chicago, Turín, Barcelona, Berkeley y México. Poníamos en cuestión su autoridad. El gran negocio Olímpico, con todo y su demagogia, estaba en peligro. El Gobierno no se concentró en “descabezar” al movimiento, arremetió contra todos.
Vino la impresionante Marcha del Silencio. La represión no cejó: muertos, desaparecidos, heridos, encarcelados, torturados, perseguidos. Se estaba logrando debilitar y desarticular el movimiento. Y luego la confusión, pues se corrió la voz de marchar para concentrarnos en Tlatelolco de manera inesperado y por demás extraña. ¿Quién o quiénes convocan?, ¿por qué en ese lugar escondido, más cerrado y peligroso que el Zócalo? Sócrates Campos Lemus, el representante de la ESIME (quien resultó ser un tira infiltrado), sin duda él introdujo esa propuesta (aparece como orador en dos escenas de El Grito, en el Zócalo y en Tlatelolco). La represión en Tlatelolco fue sin duda la más salvaje y terrible. Llegué a la plaza cuando los soldados la tenían rodeada y quedé con rabia y angustia, frustración e incluso vergüenza de estar afuera mientras sucedía la masacre, escuchando los gritos y disparos.
Después de que el Ejército invadió la UNAM, en las pláticas entre los compas se discutía si era necesario darle un giro a la lucha: más importancia a las brigadas en los barrios, las fábricas, los centros de trabajo. Sergio Valdés y yo ya no regresamos a estudiar. Creo que a los que participamos en El Grito se nos reconoce como “egresados” del CUEC. Los opositores al movimiento fueron premiados con puestos de jefatura en el CUEC, la UNAM y otras burocracias del cine. Luis Echeverría, agente de la CIA y principal autor intelectual de las represiones, en especial de la masacre en Tlaltelolco, se ganó la Presidencia de la República. Inmediatamente pretendió disfrazarse como de izquierda. Visitó China y también Cuba. Por medio de Televisa, Echeverría y Castro nos lanzaron desde La Habana un amistoso saludo: están sentados hombro a hombro, sonríen a la cámara y Castro se dirige directamente a “los mexicanos” y nos aconseja emocionado: “Apoyen a su Presidente!, es un gran estadista!”
Echeverría da chamba a la “disidencia intelectual”. Construye la Universidad Latinoamericana. Arma “centros de investigación”. Da inicio al “diálogo” y las alianzas con “la izquierda”, la llamada “Apertura Democrática”. Al mismo tiempo, el Poder agudizó la guerra abierta a la “mátalos callando”. El movimiento, miles de mujeres y hombres, se regó por todo el país. Se entretejió con otros movimientos clandestina y abiertamente. Proliferaron partidos y grupos políticos con muchas banderas que parecían reconocerse como una y la misma izquierda.
De todo ese conjunto se vinieron definiendo y conformando dos izquierdas. Por un lado la izquierda de Estado, que lo integra o pretende acceder a él para de ahí, “luego de controlar la economía, ir construyendo el Socialismo”. En ciertos períodos se enfrenta en dos fracciones: la pacifica y la partidaria de la violencia en caso necesario (dando la apariencia de ser dos o más izquierdas); por el otro, la izquierda anticapitalista. Ésta entiende claramente que es imposible superar las relaciones y condiciones monetarias y de valor, es decir capitalistas, sin suprimirlas.
El movimiento del 68 no obedecía a ninguna agitación o mandato político. Fue un movimiento espontáneo que logró su propia organización y dinámica, bien podemos decir, de “individuos libres y asociados”. Su Consejo Nacional de Huelga debía ser capaz de recoger y expresar su contenido, tendencia y mandato. De lo contrario dejaba de ser tal, pues no era un gusano con su cabeza al frente, sino un movimiento de miles de cuerpos, cada uno con sus manos y su cabeza, sus pies y sus tripas-corazón. Haciendo, pensando, actuando, comiendo, amando -¡odiando!- y caminando en colectivo. En esa fragua se generaron, se experimentaron, crearon e hicieron los cambios, las rupturas. Se reventaron ataduras económicas, políticas, morales, estéticas y científicas. Se cuestionó nuevamente el Capitalismo de Estado, supuesto “socialismo”, recuperando la bandera anticapitalista, no contra una u otra forma del capital, sino contra el capital en todas sus formas. En Huelga con tiempos y ritmos propios. Contra la impuesta obligación. Expropiando colectivamente los medios, para colectivamente utilizarlos en una lucha popular contra el Estado. Esta radicalidad en la lucha no es vendible.

El pasado no se queda atrás, está en nosotros.


León Chávez Teixeiro. 10 de agosto de 2008.
Artículo publicado en la Revista Palabras Pendientes para el numero especial sobre los 40 años del 68

23.9.08

El blanco del miedo

Los funerales de Oscar Panizza/George Grosz


Esta no es la primera vez, en los últimos once años se han realizado, con mayor o menor concurrencia, cuatro manifestaciones con la demanda del combate a la “inseguridad”. La movilización es una reedición de las anteriores y en particular de la de 2004. La convocatoria se realiza a partir de sucesos específicos que posibilitan un caldo primigenio mediático. Las televisoras, la mayor parte de los periódicos y las radiodifusoras colocan en el centro de la agenda la delincuencia. Aparecen en todos los medios, a todas horas, testimonios de asaltos, extorsiones y secuestros. A esto se suma la corrupción de los cuerpos policíacos y los ministerios públicos. Aunque todo esto forma parte de la cotidianidad de millones de personas, la exposición mediática refuerza la experiencia de impotencia de la población; sin embargo se trata de dos cuestiones distintas que, anudadas, ponen en funcionamiento la idea de desorden que es imprescindible para la emergencia del discurso de la “mano dura”.
A pesar de esta similitud y de que existe continuidad en la manera de plantear la demanda, el contexto del país ha cambiado sustancialmente. Recién llegado a la Presidencia de la República, Felipe Calderón lanzó una campaña de seguridad pública denominada “Limpiemos México”. Ésta tuvo como eje, el combate al crimen organizado a partir de la militarización de buena parte del país. La retórica y las promesas de guerra con que se estableció esta desafortunada estrategia, nos han situado en el periodo histórico contemporáneo más parecido a una confrontación bélica. La fragmentación de los carteles de narcotraficantes sumada a esta renovada “Cruzada” ha colocado a segmentos de la población en el centro de un fuego múltiple en el que las víctimas se cuentan por miles. En la totalidad del país se ha reconfigurado el lenguaje de la violencia, se han incorporado palabras como levantones, decapitados y ejecuciones a las conversaciones cotidianas.
Esto desde luego, trastoca cualquier noción preexistente sobre seguridad pública. El que la violencia se haya desatado de la manera en que lo ha hecho en conjunción con el discurso que se difunde en los medios de comunicación, tiende a diluir las fronteras entre la criminalidad que procede de la desigualdad creciente en el país y aquella que sólo existe a través del amparo del poder económico y de la corrupción del Estado.
El resultado de esto es la emergencia de un miedo crecientemente abstracto y difuso que no puede ser procesado socialmente y que se basa en la idea de que “nadie está a salvo”. A cambio de esto, la construcción mediática de una lucha contra la delincuencia lanzada por Felipe Calderón, hace recordar el recurso de las cifras en el mundo orwelliano de 1984. En lugar de hacer alusión a la producción de zapatos o abrigos en el mundo totalitario; nuestras sutiles telepantallas nos hablan de la detención de tropecientos delincuentes, o el decomiso de “N” cantidad de cocaína.
Así, en medio de un clima de terror, apareció el acontecimiento que daría pie a la convocatoria para la movilización. Efectivamente, Iluminemos México, el “movimiento de expresión ciudadana” que se encargó de organizar la marcha; surgió de manera expresa a raíz del hallazgo del cuerpo de Fernando Martí, hijo del empresario Alejandro Martí. El muchacho de catorce años había sido asesinado semanas antes, después de la negociación de su liberación, habiendo sido víctima de un secuestro extorsivo. Como ha ocurrido en otros casos, las características del crimen, sumado al hecho de que el rescate había sido oportunamente pagado, hicieron del acontecimiento especialmente impactante para la sociedad.
Por su parte, los otros dos referentes de este tipo de movilizaciones, México Unido Contra la Delincuencia y el Consejo Ciudadano de Seguridad Pública y Justicia Penal, tuvieron un papel más bien discreto, muy diferente al de las anteriores movilizaciones. Pensamos que esto tiene que ver con dos posibilidades que pueden estar relacionadas entre sí. Por un lado, las movilizaciones anteriores, en particular la de 2004, fueron vinculadas con sectores de la ultraderecha y en especial con la organización secreta conocida como “El Yunque”; por el otro, la efectividad de las movilizaciones y de las propias agrupaciones ciudadanas, ha sido raquítica. De modo que una hipótesis es que se haya visto necesaria la creación de una organización diferente, al menos nominalmente, para dar un renovado impulso a la demanda. De cualquier modo, al igual que en las ocasiones anteriores, la organización convocante propuso una agenda de trabajo con distintas instancias de gobierno a partir de la prueba de fuerza que constituye una marcha de este tipo. Es lo que les permite, en última instancia, ser acreedores de cierta representación ciudadana, cosa por cierto, altamente cuestionable.

De éste modo, el 30 de agosto pasado, una gran marcha de blanco llegó al Centro Histórico de la Ciudad de México que tan afanosamente, la alianza de gobiernos capitalinos con Carlos Slim les ha construido.
Para alguien que ha asistido a decenas de marchas, como el que esto escribe, la movilización resultó una experiencia sui generis. Por un lado y aunque me lo habían advertido, el componente social era impactante. No pude evitar pensar que no es común ver a tanta gente como la que estaba en la marcha, recorriendo las calles. Y creo que algunos de ellos experimentaban cosas similares al subirse al metro, en la forma de caminar, en la manera de observar y en general, en el modo de desenvolverse en una manifestación.
Por cierto, la marcha fue todo menos silenciosa. Se trataba más bien de una catarsis alentada quizá por la novedad que representa un acto de este tipo para quienes por primera vez acuden. Sobre todo porque no hay, en sentido estricto, aspectos programáticos. Tampoco hubo oradores en la plaza, tan sólo puntos de salida, llegada y un espacio por llenar.
Otro elemento es que aunque no existe una representación definida, e incluso no hay “una” vanguardia de los contingentes, las víctimas famosas de la inseguridad adoptan un papel protagónico. Sobre todo Alejandro Martí quien aunque no logra marchar por el asedio de los medios, se convierte en el demiurgo del miedo, dotando a la movilización de una consigna que se generaliza y recorre los miles de cuerpos que avanzan hacia el Zócalo: Si no pueden, renuncien¡
La valla de policías que se angosta conforme los pocos contingentes y los muchos individuos avanzan por Madero, hacen aflorar contrastes que llaman poderosamente mi atención. Porque sí, no era del todo, pero sí era, diferente el color de la piel, el cabello, la ropa, la vida de las personas.
La llegada al Zócalo desordenada, se da por diferentes calles. Aunque mucha gente simplemente se retira al llegar, para las 20:30, la plaza y sus alrededores están completamente llenos para llevar a cabo el “ritual de la unidad”: cantar el himno nacional. Apenas termina el cántico cuando la plancha comienza a despejarse. Entonces se da el duelo de gritos y consignas entre los partidarios de distintas versiones de la “mano dura”. Calderonistas y Ebradoristas se exigen entre sí las respectivas renuncias de sus paladines.
Mucho más de lo imaginado por el que esto escribe, la demanda por la pena de muerte a secuestradores y otro tipo de delitos, es amplísima en la movilización. Esto se vuelve más evidente ya con el Zócalo semivacío. Son muchos los que portan pancartas, pero son más los que contagiados por el miedo, al ser interrogados contemplan la pena capital como una necesidad.
De éste modo se inocula el miedo, poco a poco, cediendo otro más, restando a las libertades, tolerando retenes en las calles, operativos en el metro y el pesero. Haciendo normal el Estado de excepción.

Aparecido en el periódico Metate de la Facultad de Filosofía y Letras.

20.9.08

1968-2008: Las impugnaciones generacionales

Saturno devorando a sus hijos/Goya

Era predecible que, después de 40 años, los acontecimientos de 1968 fueran integrados a la agenda de lo que mediática e institucionalmente debe ser recordado. En ese sentido, no sorprende que el legado de la generación que participó en el 1968 aparezca diluido en el discurso gubernamental, siendo presentado como el slogan de un producto conocido como “La Apertura Democrática de México” (así, con mayúsculas).
Esta situación supone la asimilación del 68 a la tradición historiográfica hegemónica en México, cuya principal característica es hacer compatibles aquellos antagonismos que con poco esfuerzo se hacen evidentes. Por esa vía, la inercia interpretativa asume que las protestas estudiantiles culminaron en la “normalización democrática”, basada en la alternancia en el poder; condenando al olvido las luchas que, desde distintos frentes y con diferentes métodos, se dieron en el campo y la ciudad con el objetivo de derrocar a la dictadura institucionalizada del PRI.
De cualquier manera, aunque de momento el 68 también esté incorporado al “frenesí de liturgias históricas” , creemos que vale la pena establecer algunas consideraciones sobre el contexto de aquellos años y reflexionar sobre la herencia que nos han dejado.



I

“La Revolución estará mejor en las manos de todos
que en las manos de los partidos.”
(Ernesto y los incendiarios de la calle Gay-Lussac) La Sorbona, 1968

Existen un par de ideas bastante difundidas respecto a 1968 que se presentan como una contradicción de manera inmediata. Por un lado se hace referencia a este año como una movilización de carácter mundial, replicada en ciudades como París, Praga, México, Nueva York, Chicago, etc. Por el otro, suele ser visto como un proceso más o menos espontáneo. Esto merece algunas consideraciones.
El 68 abreva de distintos procesos que, para un análisis más cuidadoso, deben ser revisados caso por caso; sin embargo, también existen otros que de manera más general son compartidos. Uno muy importante son las luchas por la descolonización que tuvieron lugar en Asia y África, principalmente. En Estados Unidos, otra vertiente la encontramos en la lucha por los derechos civiles, encabezada por Martín Luther King, y en las protestas contra la guerra en Vietnam. Mención aparte merece la Revolución Cubana, que en los años posteriores al 1959 lanzó a miles de jóvenes latinoamericanos a “crear” las condiciones subjetivas a las montañas y llanos del Continente.
En países como Estados Unidos o Francia, estas luchas alentaron una crítica social inesperada en el contexto de los “años dorados del capitalismo”, que van de la segunda posguerra, hasta el año de 1973 con la crisis de los precios del petróleo. Sin embargo, como señala el entonces militante francés sesentayochero, Daniel Bensaid, la juventud que no aceptaba el orden capitalista duda en identificarse con el movimiento obrero internacional, descuartizado por la crisis del estalinismo. Por el contrario, los jóvenes militantes de los países europeos y de Estados Unidos, encuentran en el “tercer mundo”, en sus dirigentes y sus teóricos, la actualización de un marxismo que ya era moda juzgar superado. Ejemplos de ello son el Guevarismo, el Fanonismo, el Maoísmo y un largo etcétera.
Pero aun con la aportación de estas expresiones revolucionarias, el espacio para la acción política estaba, en términos generales, acotada a tres grandes vertientes: los partidos Socialdemócratas de occidente; los Partidos Comunistas, y los ya señalados Movimientos de Liberación Nacional en el “tercer mundo”. El año 68, en ciertos contextos, puede ser entendido no sólo como una impugnación al orden capitalista mundial, sino también como una rebelión contra la tradición de la izquierda histórica, basada en 40 años de expresiones de culto a la personalidad del líder y a la solemnidad militante. Es en parte por esto que las revueltas de aquella época, abiertas en todos los frentes del mundo bipolar, tuvieron un marcado acento antiautoritario e incluso festivo.
Pero además existe un cambio programático en cuanto a la manera de plantear y concebir las demandas políticas. En efecto, la antigua fijación de la toma del poder comenzó a ser cuestionada en tanto objetivo primordial de las organizaciones políticas. Esto tuvo que ver con el hecho de que, a nivel mundial, existían diversas experiencias de movimientos populares y partidos de izquierda que, luego de llegar al poder, no lograban resolver la cuestión de la hegemonía mundial del capitalismo; pero que, sobre todo, no conseguían mejorar las condiciones de vida de la población. De igual manera, también el proyecto de la planificación estatal para lograr el desarrollo industrial, constituido como paradigma a nivel mundial, comenzaba a ser desestimado; el 68 “sembró la duda ideológica, erosionó la fe”
Con ello también perdió centralidad, o mejor dicho univocidad, el rol de liderazgo del proletariado industrial. A partir de 1968 se comienza a perfilar la existencia de movimientos sociales de “minorías” (mujeres, ecologistas, homosexuales, pueblos “originarios” y, de nuevo, un larguísimo etcétera), que no estaban dispuestas a esperar la consecución del objetivo primario (la toma del poder estatal) para reivindicar sus demandas particulares. Por esa parte, el 68 es un parteaguas en el inicio del reconocimiento de la multiplicidad de sujetos que hacen la historia.
Otra de las grandes aportaciones de este proceso, es el ejercicio masivo de formas de participación que cuestionaban el orden establecido. La centralidad de la asamblea como espacio verdaderamente democrático para la toma de decisiones, y la creciente participación de las mujeres en todos los ámbitos de la vida pública, constituyen la denuncia del autoritarismo de la democracia representativa y del conservadurismo social imperante, respectivamente.


II
Imannuel Wallerstein es uno de los pensadores que ha caracterizado al 68 como una revolución mundial, y sobre ésta afirmaba, hace algunos años, que: “(…)incluso en el caso de que los estados sufrieran u operasen una regresión radical del ideario heredado del 1968, los movimientos antisistémicos no serían jamás capaces de hacerlo (porque de hacerlo perderían con ello su legitimidad).” Consideramos que ambas cosas han ocurrido, y que esto ha sido posible gracias a la participación activa de algunas personas que en el pasado se sumaron al ideario del 68; ya fuese desde la militancia política o simplemente como partícipes del ambiente de época en lo cultural.
Así, el último tercio del siglo XX nos ha mostrado una dialéctica inesperada e inquietante de este movimiento que sacudió al mundo hace cuarenta años. La reconversión de algunos de los actores emblemáticos de esa época en personajes integrados al establishment y a las jerarquías que detentan el poder político-económico, artístico, cultural, académico o científico, constituyen una prueba de esto; y han contribuido a la aparición de distintos tipos de crítica generacional expresadas en los mismos ámbitos.
Para entender esto, creemos importante introducir dos elementos que tal vez ayuden a explicar parte de este proceso. Por un lado, la generación del 68 sufrió durísimos golpes en lo relativo al elemento ideológico-moral, siendo el final del socialismo real el principal de ellos. La caída del bloque socialista en la forma como ocurrió, en combinación con la emergencia de China como el paraíso de la superexplotación y la connivencia del capital financiero con la estructura del Partido Comunista, son acontecimientos que pueden desmoralizar a cualquiera. Como sabemos, en el caso de México, el proceso de la legalización de la izquierda produjo división, frustración y desencanto. Y es que mientras sectores importantes de la generación del 68 ingresaban en la órbita de lo que parecía ser una versión mexicana de las transiciones pactadas, el Estado mexicano seguía reprimiendo duramente a movimientos populares que se oponían a los mecanismos de institucionalización del conflicto.
Por otro lado, existe una interpretación que resulta al menos sugerente, y que tiene que ver con la reducción del ideario programático del 68. Desde esta perspectiva, algunos de los principios constituyentes de la lucha del 68 resultaron ser, años después, altamente compatibles, a partir de su deformación, con el ideario neoliberal. Como señala el pensador norteamericano David Harvey: “Todo movimiento político que sostenga que las libertades individuales son sacrosantas es vulnerable a ser incorporado el redil neoliberal [...] (Los participantes del 68) demandaban libertad frente a los constreñimientos paternos, educativos, corporativos, burocráticos y estatales.”
Lo que logró escindir la retórica neoliberal fue justamente el principio de libertad individual, tan ansiada por estas generaciones, de la noción de justicia social. Esto ocurre, de acuerdo con Harvey, porque ambas nociones no son del todo homologables; la búsqueda de la justicia social presupone vínculos de solidaridad social y una disposición a sumergir las carencias, necesidades y deseos individuales en la causa de una lucha algo más general por la igualdad social. A cambio de ello, el neoliberalismo ofrece una visión de libertad individual que diversifica el consumo, los estilos de vida, los modos de expresión, y una amplia gama de prácticas culturales.

III

No podemos omitir los casos de muchos miembros de la generación del 68 que siguieron participando en distintas luchas, alimentando el proceso de construcción de alternativas en los momentos más críticos de la hegemonía del consenso neoliberal. Sin embargo, en términos generales, estos casos son la excepción. Por el contrario, la participación de los coetáneos al 68 en la construcción del mundo tal y como hoy lo conocemos, es irrebatible. Por supuesto esto ha ocurrido de distintas formas. Desde la simple indiferencia y el desencanto que proliferan en lo cotidiano, a la incorporación masiva a las jerarquías institucionales o empresariales. Otros, los más execrables entre todos, operando de lleno como think tanks del proceso.
Seguir puntualmente el recorrido de estas transformaciones exhibiría muchas contradicciones que se plantean en los contenidos políticos, culturales, ideológicos, etc. Sin embargo, una operación más inmediata consiste en observar que esta visión liberal utópica, sólo se ha podido sostener mediante la fuerza, la violencia y el autoritarismo. Creemos que en ello reside el aspecto más cuestionable de la complicidad de esta generación con el sistema de exclusión, despojo y explotación que hemos heredado. Más allá de lo discursivo, el neoliberalismo se presenta como un conjunto de políticas económicas que contradicen en los hechos la esencia de los ideales que alentaron las revueltas estudiantiles de los años sesenta.
Ahora somos espectadores de la herencia cultural de aquellos años, pero en clave neoliberal. Y es que desprovista ya del carácter colectivo, contestatario y festivo, su manifestación actual supone el cultivo de la nostalgia a partir de rituales generacionales reducidos a su valor de intercambio en el plano de su incorporación al mercado.
Finalmente, pensamos que la simple condena no contribuye a explicar nada. Realizar una desmitificación de la generación del 68, puede ser un ejercicio saludable para el movimiento estudiantil y para otras luchas tocadas por la impronta de esa memoria. Tratar de entender estos procesos, tal vez nos permita imaginar un otro mundo posible. Así como el pasado y los legados suelen ser ambiguos, creemos que está en las nuevas generaciones la capacidad de seleccionar qué de ese pasado es valioso y útil para la actualización y resignificación de sus contenidos; que no sólo no han perdido vigencia, sino que ahora, en el 2008, se vuelven más urgentes.

Aparecido en la Revista Independiente Palabras Pendientes para el numero especial sobre los cuarenta años del 68

9.5.08

La transformación de las ciudades/ A propósito de Harvey y otras cosas...

Paul Klee/Dream city



La privatización de los espacios públicos es un fenómeno que se puede observar en Santiago de Chile, en Shangai o en la Ciudad de México. Esto se debe a que desde hace algunos años la puesta en marcha de políticas económicas a partir del modelo neoliberal han impactado en la manera como se construyen los espacios urbanos en los que vivimos. A las sugerentes propuestas de David Harvey, académico de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, podemos encontrar muchas correspondencias, en nuestra vida en esta y otras ciudades. Lo interesante de David Harvey es que cuando aborda el tema de la ciudad lo hace desde la visión de un habitante. Ahora bien, un proceso de este tipo con todas las implicaciones que tiene, debe ser pensado en términos históricos y es por ello que Harvey acude al pasado de la ciudad de Nueva York. Su hipótesis radica en afirmar que muchas de las estrategias para imponer y desarrollar el modelo económico neoliberal fueron “descubiertas” a partir de la experiencia Nueva York, por una élite político-económica. Mientras que durante la posguerra, se vivieron los “años dorados” del capitalismo, en donde cierto tipo de “compromiso de clase” hizo posible el auge del paradigma keynesiano y la creación de sociedades de protección; a partir de la década de los setenta, asistimos a la crisis de la forma de acumulación de capital a nivel mundial. Es en este contexto en que se retomará una teoría que agrupaba un conjunto de prácticas político-económicas denominada neoliberalismo. Aunque por esos años no gozaba demasiada credibilidad, supieron aprovechar la coyuntura para ponerla en práctica. En Nueva York, la crisis fiscal y el endeudamiento de principios de los setenta ofrecieron la oportunidad perfecta para experimentar nuevos métodos. En principio se creó una especie de mesa redonda de empresarios y miembros del gobierno que decidieron en lo sucesivo como usar el presupuesto y como manejar la deuda. Así, por un lado, las instituciones financieras y el gobierno federal se negaron a prestar dinero a la ciudad. Por el otro los ingresos fiscales se destinaron de manera creciente al pago de la deuda. Lo que esto señala, en última instancia, es un cambio de época con relación a la política económica anterior: en caso de haber un conflicto de intereses entre las instituciones financieras y el bienestar de la población, se elige defender el interés de las primeras y atacar a la gente. El ataque reside en la erosión de los servicios municipales: recolección de basura, educación, salud, bomberos, transporte público etc. A la par de esto, se realiza una campaña mediática que a partir de la colaboración de “especialistas” económicos revisten estas nuevas lógicas de legitimidad científica. Todas estas medidas, que afectan en principio el presupuesto, derivan en la merma de los estándares de vida de la ciudad donde son aplicadas. A los servicios públicos abandonados le siguen los efectos del desempleo y la inflación. Para principios de los ochenta, este principio se volvió una máxima, se reprodujo en otros lugares y México fue uno de los primeros sitios en “aprender” la lección . Con la crisis económica del 1982, se envió una misión del FMI para hacer un plan de “rescate” que incluía un programa de austeridad. Así la regla funciona, es un principio práctico del neoliberalismo, las instituciones financieras son rescatadas, no importa el que sus decisiones sobre la inversión sean absurdas, o que se realicen a costa de la gente. Es por esto que el Harvey señala la contradicción existente entre los principios teóricos del neoliberalismo que exigen la no intromisión del estado en el mercado, y la real actuación de este para llevar a buen puerto los planes de rescate. Además debemos tomar en cuenta el papel determinante que los organismos internacionales han cobrado para la economía de los países. En contra de lo que suele decirse, el papel del Estado nunca había sido tan importante, sólo ha cambiado de funciones. En lo que toca a las ciudades, el Estado se encarga de proveerlas de un buen clima para los negocios y para la inversión. Esto supone esconder a los homeless, quitar a los vendedores ambulantes; en resumen: disciplinar la ciudad. Los espacios centrales de la ciudad dejan de ser populares y comienzan a ser lugares fundamentalmente turísticos o de negocios. En última instancia lo que señala David Harvey es que lo que ha pasado en Nueva York tiene ramificaciones en otros lados, se trata de la construcción de ciudades bipolares en donde un nuevo tipo de ortodoxia, anula las otras ciudades posibles. Se trata de una inmensa concentración de poder político económico que reconstruye las ciudades a partir de una imagen determinada por ellos. Parte de este proyecto, implica que las ciudades dejan de ser el lugar en el que hemos vivido, que la cirugía plástica que se ha empezado a realizar a la ciudad dote de un nuevo rostro a los barrios que la han conformado. Ejemplos como Santa Fé, Tepito, Coyoacán, Iztapalapa, ya han pasado por la “manita de gato” que requiere una maniobra de este tipo. Los descontentos producidos por la manera de llevar a cabo esta reconstrucción de la ciudad, han sido aplastados sin demasiado alboroto del resto de los habitantes de nuestra ciudad. Para ello se ha recurrido a un discurso que busca construir imágenes de los habitantes de algunos de estos puntos de la ciudad como criminales, como habitantes de zonas sin ley, resabios o actualizaciones de la barbarie. Pero esta historia no tiene todavía un final, aunque tal vez nuestros barrios estén destinados a dejar de ser la historia que fueron y se conviertan la ciudad donde solamente habitarán los Bloomberg y los Slim.

Aparecido en el periódico Metate, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM

El Capitalismo como religión / Walter Benjamin

Paul Klee/ Sonido antiguo, Abstracto en negro



Hay que ver en el capitalismo una religión. Es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, penas e inquietudes a las que daban antiguamente respuesta las denominadas religiones. La comprobación de esta estructura religiosa del capitalismo, no sólo como forma condicionada religiosamente (como pensaba Weber), sino como fenómeno esencialmente religioso, nos conduciría hoy ante el abismo de una polémica universal que carece de medida. [Y es que] no nos es posible describir la red en la que nos encontramos. Sin embargo, será algo apreciable en el futuro.
No obstante, son reconocibles tres rasgos de esa estructura religiosa del capitalismo en el presente. Primero, el capitalismo es una pura religión de culto, quizás la más extrema que haya existido jamás. En el capitalismo todo tiene significado sólo en relación inmediata con el culto. No conoce ninguna dogmática especial, ninguna teología. Desde este punto de vista, el utilitarismo gana su coloración religiosa. A esa concreción del culto se vincula un segundo rasgo del capitalismo: la duración permanente del culto. El capitalismo es celebración de un culto sans trêve et sans merci (sin tregua ni piedad). En él no hay señalado un día a la semana, ningún día que no sea día festivo (en el sentido terrible del desarrollo de toda la pompa sacral) que constituiría el esfuerzo más manifiesto de quien adora. Este culto es, en tercer lugar, culpabilizante. Probablemente el capitalismo es el primer caso de culto no expiante, sino culpabilizante. Este sistema religioso se encuentra arrastrado por una corriente gigantesca. Una monumental consciencia de culpa que no sabe sacudirse la culpabilidad de encima echa mano del culto no para reparar esa culpa, sino para hacerla universal, forzarla a introducir en la consciencia y, [finalmente] y sobre todo, abarcar a Dios mismo en esa culpa para que se interese finalmente en la expiación. La expiación, por tanto, no debe esperarse del culto mismo, ni de la reforma de esa religión. Tendría que sostenerse en algo más seguro que en ella misma. Tampoco podría sostenerse en su rechazo. En la esencia de ese movimiento religioso que es el capitalismo [yace la idea] de resistir hasta el final, hasta la culpabilización final de Dios, hasta la consecución de un estado mundial de desesperación que es, precisamente, el que se espera. En esto estriba lo históricamente inaudito del capitalismo, que la religión no es reforma del ser, sino su destrucción. La expansión de la desesperación hasta un estado religioso mundial del cual ha de esperarse la salvación. La trascendencia de Dios se ha derrumbado, pero no ha muerto, sino que está comprendido en el destino de la humanidad. Ese tránsito del planeta humano por la casa de la desesperación en la absoluta soledad de su trayecto es el ethos determinado por Nietzsche. Ese hombre es el ultrahombre, el primero que empieza a cumplir, reconociéndola, la religión capitalista. Su cuarto rasgo es que Dios debe permanecer oculto, y sólo debe ser llamado en el cenit de su culpabilización.
El culto es celebrado ante una divinidad inmadura y toda representación, todo pensamiento en esa divinidad daña el secreto de su maduración.
La teoría freudiana es también parte del dominio sacerdotal de ese culto. Está pensada de forma totalmente capitalista. Lo reprimido, la imaginación pecaminosa es, en lo más profundo y por [una] analogía que todavía habrá que clarificar, el capital, que paga intereses [verzinst] por el infierno del inconsciente.
El tipo de pensamiento religioso capitalista se encuentra extraordinariamente expresado en la filosofía de Nietzsche. El pensamiento del ultrahombre sitúa el salto apocalíptico no en la conversión, expiación, purificación [y] penitencia, sino en el aparente permanente acrecentamiento- si bien, en el último tramo, discontinuo y a saltos. Por eso, aumento y desarrollo son en el sentido del non facit saltum (del no dar saltos) inconciliables. El ultrahombre es el hombre histórico al que se llega sin conversión que traspasa el cielo. Este hacer saltar el cielo por medio de un acrecentamiento humano que religiosamente es y se mantiene (también para Nietzsche) como endeudamiento (culpa) [Verschuldung] lo prejuzgó Nietzsche. Y similarmente Marx: el capitalismo incambiable se tornará, con intereses e intereses de intereses, cuya función es la deuda (vid. La duplicidad demoníaca de ese concepto [deuda/culpa: Schuld], en socialismo.
El capitalismo es una religión del mero culto, sin dogma. El capitalismo se ha desarrollado en Occidente –como se puede demostrar no sólo en el calvinismo, sino en el esto de las orientaciones cristianas ortodoxas- parasitariamente respecto del cristianismo de modo tal que, al final, su historia es en lo esencial la de su parásito, el capitalismo.
-Comparación entre las imágenes de los santos de las distintas religiones, por un lado, y los billetes de los distintos Estados, por otro-El espíritu que se expresa en la ornamentación de los billetes.
{Aquí hay varias anotaciones bibliográficas: Fuchs, Weber, Sorel, Landauer Troeltsch…}

Las preocupaciones: una enfermedad del espíritu que es propia de la época. Situación espiritual (no material) sin salida que (deviene) en pobreza, vagabundeo, mendicidad, monacato. Una situación así que carece de salida es culpabilizante. Las “preocupaciones” son el índice de la consciencia de culpabilidad de la situación sin salida. Las preocupaciones se originan por el miedo ante la falta de salida colectiva, no individual-material.
En tiempos de la Reforma el cristianismo no favoreció el advenimiento del capitalismo, sino que se transformó en él.Metódicamente habría que investigar en primer lugar qué vinculos estableció en cada momento el dinero con el mito, hasta que pudo atraerse hacia sí tantos elementos míticos del cristianismo para constituir ya el propio mito.[algunas citas..]Vinculo del dogma con el capitalismo, desde lo disuelto – y para nosotros en esa característica naturaleza del saber que es salvadora y que está muerta al tiempo (¿) . El balance como saber realizado y salvador (¿)}.Contribuye al conocimiento del capitalismo como una religión el hacer presente que originalmente los infieles consideraron la religión no como un “elevado interés moral”, sino como el más inmediatamente práctico. En otras palabras: fueron tan poco conscientes, como el capitalismo actual, de su naturaleza “ideal” o “trascendente”, que vieron más bien en el individuo irreligioso o heterodoxo de su comunidad, precisamente, a un miembro inconfundible de ella, igual que la burguesía actual los ve en sus miembros no productivos.
W. Benjamin, Gesammelte Schriften,vol. VI, 100-103.

26.3.08

Dylan y la conveniencia de no mirar atrás



Entre los artistas que aún están con vida, difícilmente podemos encontrar alguno que pueda disputar a Robert Zimmerman, mejor conocido como Bob Dylan, la atribución de ser el de mayor influencia. Sin Dylan, sencillamente no se pueden entender importantes transformaciones culturales relacionadas con muchos de sus coetáneos, es decir, aquella generación que en términos generales vivió lo que (ahora ordinariamente) llamamos juventud, durante los años 60. Muchos de ellos se cuentan entre las personas a quienes Dylan interpelaba con sus canciones. Sin invocar a los absolutos, los miembros de la cultura urbana universitaria de cualquier parte del mundo hemos sido tocados por la estela del compositor de Minessota.
Dentro de la que puede ser denominada su primera época como artista, Dylan formó parte importantísima del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos y cantó en contra de la guerra. Otros grandes del folk norteamericano, a quienes Dylan siempre reconoció como sus maestros, tales como Peter Seeger (militante del PC norteamericano) o Woody Guthrie jamás contaron con una capacidad de convocatoria similar. Pero justo cuando la gente aguardaba pacientemente recibir la palabra del profeta en el Newport folk festival, Dylan decidió sencillamente conectar su guitarra a un amplificador y con ello hacerse acreedor del oprobio de sus antiguos seguidores. No faltaron quienes lo acusaran de venderse, de optar por la mercantilización de su obra. Durante algún tiempo los asistentes a los conciertos de Dylan estuvieron dispuestos a pagar una entrada con tal de poder insultarlo entre canción y canción.
En esta época se dedicó a crear buena parte del repertorio estético del rock y del pop e incursionó en la experimentación con diferentes tipos de estimulantes. Fue por cierto quien inició a los Beatles en estos menesteres por lo que ese encuentro tal vez fue decisivo en el desarrollo de la psicodelia. Además durante esos años Dylan escribió y grabó Like a rolling stone, canción que en distintos contextos (muchos de ellos ociosos) es considerada el tema más importante de la música popular del siglo XX. Lo cierto es que el ritmo y la agresividad de la letra inauguraron un camino sobre el que se siguen construyendo muchas historias. Una vez llegado a la cima de la emergente cultura juvenil, un accidente en motocicleta, y el retiro obligado derivado de éste, lo fueron acercando a la que sin duda fue su mutación más polémica: la de volverse cristiano.
Aunque definitivamente Dylan jamás fue ateo (previamente había descubierto su judaísmo e incluso fue fotografiado balanceando la cabeza en el muro de los lamentos) hasta ese momento su obra no había sido determinantemente alterada por la religión. En efecto, durante algunos años Dylan se dedicó directamente a sermonear a sus disminuidos seguidores hablándoles de la salvación, del diablo y cosas parecidas. El colmo fue cuando acudió hasta la plaza de San Pedro a dedicarle unas canciones al Papa Juan Pablo II, algo sin duda no sólo difícil de olvidar sino incluso de entender por más espiritualidad que se predique.
Llegado así al 2008, y después de una mala experiencia previa, Dylan regresó a México a dar algunos conciertos. Hablando con toda sinceridad, el Neverending tour, que ya ha recorrido algunos países de América Latina, sin dejar de ser emotivo no parece corresponder con lo que muy probablemente puede ser la última oportunidad de escuchar a Dylan en directo. Incluso en el concierto que dio en el Auditorio Nacional, y al cual asistí, eran bastante visibles los huecos en las butacas. Sin embargo, nadie que conozca mínimamente a Dylan puede esperar que tal cosa le importe. Tampoco debe sorprender que toque lo que quiera, que no interactúe con el público, que le cambie la letra y la música a las canciones por muchos esperadas, que (afortunadamente) ni siquiera promueva el rito nostálgico con el encendedor, etc.
El que Dylan sea un artista no complaciente no es nuevo, pues nunca lo fue. Siempre estuvo a contracorriente, incluso de las vanguardias de las que formó parte o que fueron por él inauguradas. Hasta por eso Dylan es un icono, porque subió y se bajó de todos los pedestales. Esto es sin duda algo sumamente apreciado de Bob Dylan y creo que tiene que ver con que a través de él se puede reflejar toda una generación del siglo XX, la misma que lo escuchó cuando lanzaba preguntas que cimbraban las relaciones de autoridad, que cuestionaban el rígido orden social previo a los 68 de aquí y de otras partes. Curiosamente lo que persiste de la trayectoria de Dylan después de tantos años, y lo que se recupera mercadotécnicamente (Su última compilación fue subtitulada Everything but compromise, y la reciente película sobre su vida se llama I´m not there) es precisamente esa parte. Me refiero a la posibilidad de reivindicar la contradicción y la transformación. Pero a la vez la renuncia a muchos de los postulados que formaron parte de esa generación. Por supuesto Dylan jamás volvió a ser el chico que viajaba de aventón a lo Kerouac y muchos de los asistentes a sus conciertos no son parecidos a alguien que no tiene nada que perder. Sin duda los tiempos han cambiado, y lo han hecho de una manera bastante inquietante por cierto. Es por eso que me llama la atención la manera como generacionalmente se puede resignificar el contenido de la obra de Dylan y con esta, quizá toda una herencia cultural, la de los sesenta y setenta.

Aparecido en el periódico Metate de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM

18.1.08

Fazal Sheikh: La fotografía de la historia.



El fotógrafo norteamericano Fazal Sheikh ha dedicado los últimos trece años de su vida a documentar los resultados del fenómeno masivo de los campos de refugiados en diversos países tocados persistentemente por la violencia. En Kenya, Somalia, Pakistán y Afganistán; Sheikh ha testimoniado lo que en términos de Walter Benjamin conocemos como la tradición de los oprimidos. Es así que a partir de un par de fotografías tomadas por Sheikh, Eduardo Cadava de la Universidad de Princeton abundó sobre un proyecto en el que trabaja a partir de la pregunta: ¿Qué significa leer una imagen históricamente y en los preceptos de Walter Benjamin?
Las fotografías de Sheikh nos muestran a los “sin expresión, aquellos que por un lado han sido históricamente reducidos al silencio y por otro lado han sido históricamente privados de un rostro humano”. De manera ilustrativa estas fotografías tomadas en 1997 y que pertenecen a la colección Manos sencillas, nos presentan parte del recorrido histórico de Afganistán. En una de ellas vemos a un niño que fue muerto durante un bombardeo soviético en los años ochenta y en la otra a un hombre asesinado durante la toma de Kabul por los talibanes tan sólo unos años más tarde. Además, los retratos son sostenidos por la madre y el hermano respectivamente, y aluden a la tensión que acompaña a toda imagen: destrucción y persistencia, muerte y supervivencia, duelo y memoria; elementos que hacen de estas fotografías “pequeños mausoleos de la pérdida y la muerte”. Al mirar hacia atrás y hacia delante estas fotografías nos ofrecen trazos del pasado, a partir de los cuales podríamos leer el futuro de un país como Afganistán, ocupado por Estados Unidos desde hace casi seis años. Así, éstas fotografías nos piden que pensemos de otro modo sobre el contexto; pero también nos hacen pensar de nuevo en “aquellos a los que la violencia ha paralizado, borrado o reducido; aquellos que sufren una violencia sobre sus vidas como si ya estuvieran muertos, aquellos que han vivido en vida sin expresión, sin una voz y sin un rostro y que históricamente y filosóficamente se han convertido del mismo modo que los muertos, en lo inexpresivo”. Estas fotografías nos piden que contemplemos vidas destrozadas, sujetos devastados que para Sheikh han permanecido inadvertidos e incuantificables. A la vez, éstas imágenes nos reclaman que pensemos la relación que tenemos con aquello que los condujo a la muerte, nos piden que los pongamos a salvo no sólo de la violencia histórica que produjo sus muertes sino sobre todo también de la historia que busca borrarlos y sustraerlos de ella. A partir del trabajo de Sheikh y de las tesis de Benjamín, Cadava nos propone articular una manera de leer históricamente las imágenes, y con ello repensar la historia reciente tratando de recordar las enseñanzas de Benjamín, es decir, reconocer la necesidad de capturar el sentido de ciertos recuerdos en el instante que relampaguean en un momento de peligro.

Aparecido en el periódico Metate de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM

4.1.08

04 enero (revisitado)

La partida está siempre cerca; sólo que ahora es más evidente. El frío de los días entume lo que se sabe por cierto: que aún con la novedad de lo que viene, no resultará, nada de lo que pase, demasiado desconocido. Lo que sucede es como uno de esos juguetes de colores que difícilmente se acomodan, pero que igual acomodan, mal, mejor, pero que encuentran a su vez una continuidad, igualmente vacía de armonía. Esto, por supuesto contiene a la vez, el bagaje de muchas otras oportunidades de acomodar el juego, hasta ahora siempre frustradas, abigarradas, para bien o para mal. Desde hace tiempo no nos acompaña ese candor, la ingenuidad que se pierde con los años, sólo espero cosas menos peores, mejor acomodadas desde lo pequeño, desde lo predecible, pero aún así el color y la luz suelen alumbrar los pasos, las decisiones y los inobjetables tropiezos para seguir lo que vendrá.