26.3.08

Dylan y la conveniencia de no mirar atrás



Entre los artistas que aún están con vida, difícilmente podemos encontrar alguno que pueda disputar a Robert Zimmerman, mejor conocido como Bob Dylan, la atribución de ser el de mayor influencia. Sin Dylan, sencillamente no se pueden entender importantes transformaciones culturales relacionadas con muchos de sus coetáneos, es decir, aquella generación que en términos generales vivió lo que (ahora ordinariamente) llamamos juventud, durante los años 60. Muchos de ellos se cuentan entre las personas a quienes Dylan interpelaba con sus canciones. Sin invocar a los absolutos, los miembros de la cultura urbana universitaria de cualquier parte del mundo hemos sido tocados por la estela del compositor de Minessota.
Dentro de la que puede ser denominada su primera época como artista, Dylan formó parte importantísima del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos y cantó en contra de la guerra. Otros grandes del folk norteamericano, a quienes Dylan siempre reconoció como sus maestros, tales como Peter Seeger (militante del PC norteamericano) o Woody Guthrie jamás contaron con una capacidad de convocatoria similar. Pero justo cuando la gente aguardaba pacientemente recibir la palabra del profeta en el Newport folk festival, Dylan decidió sencillamente conectar su guitarra a un amplificador y con ello hacerse acreedor del oprobio de sus antiguos seguidores. No faltaron quienes lo acusaran de venderse, de optar por la mercantilización de su obra. Durante algún tiempo los asistentes a los conciertos de Dylan estuvieron dispuestos a pagar una entrada con tal de poder insultarlo entre canción y canción.
En esta época se dedicó a crear buena parte del repertorio estético del rock y del pop e incursionó en la experimentación con diferentes tipos de estimulantes. Fue por cierto quien inició a los Beatles en estos menesteres por lo que ese encuentro tal vez fue decisivo en el desarrollo de la psicodelia. Además durante esos años Dylan escribió y grabó Like a rolling stone, canción que en distintos contextos (muchos de ellos ociosos) es considerada el tema más importante de la música popular del siglo XX. Lo cierto es que el ritmo y la agresividad de la letra inauguraron un camino sobre el que se siguen construyendo muchas historias. Una vez llegado a la cima de la emergente cultura juvenil, un accidente en motocicleta, y el retiro obligado derivado de éste, lo fueron acercando a la que sin duda fue su mutación más polémica: la de volverse cristiano.
Aunque definitivamente Dylan jamás fue ateo (previamente había descubierto su judaísmo e incluso fue fotografiado balanceando la cabeza en el muro de los lamentos) hasta ese momento su obra no había sido determinantemente alterada por la religión. En efecto, durante algunos años Dylan se dedicó directamente a sermonear a sus disminuidos seguidores hablándoles de la salvación, del diablo y cosas parecidas. El colmo fue cuando acudió hasta la plaza de San Pedro a dedicarle unas canciones al Papa Juan Pablo II, algo sin duda no sólo difícil de olvidar sino incluso de entender por más espiritualidad que se predique.
Llegado así al 2008, y después de una mala experiencia previa, Dylan regresó a México a dar algunos conciertos. Hablando con toda sinceridad, el Neverending tour, que ya ha recorrido algunos países de América Latina, sin dejar de ser emotivo no parece corresponder con lo que muy probablemente puede ser la última oportunidad de escuchar a Dylan en directo. Incluso en el concierto que dio en el Auditorio Nacional, y al cual asistí, eran bastante visibles los huecos en las butacas. Sin embargo, nadie que conozca mínimamente a Dylan puede esperar que tal cosa le importe. Tampoco debe sorprender que toque lo que quiera, que no interactúe con el público, que le cambie la letra y la música a las canciones por muchos esperadas, que (afortunadamente) ni siquiera promueva el rito nostálgico con el encendedor, etc.
El que Dylan sea un artista no complaciente no es nuevo, pues nunca lo fue. Siempre estuvo a contracorriente, incluso de las vanguardias de las que formó parte o que fueron por él inauguradas. Hasta por eso Dylan es un icono, porque subió y se bajó de todos los pedestales. Esto es sin duda algo sumamente apreciado de Bob Dylan y creo que tiene que ver con que a través de él se puede reflejar toda una generación del siglo XX, la misma que lo escuchó cuando lanzaba preguntas que cimbraban las relaciones de autoridad, que cuestionaban el rígido orden social previo a los 68 de aquí y de otras partes. Curiosamente lo que persiste de la trayectoria de Dylan después de tantos años, y lo que se recupera mercadotécnicamente (Su última compilación fue subtitulada Everything but compromise, y la reciente película sobre su vida se llama I´m not there) es precisamente esa parte. Me refiero a la posibilidad de reivindicar la contradicción y la transformación. Pero a la vez la renuncia a muchos de los postulados que formaron parte de esa generación. Por supuesto Dylan jamás volvió a ser el chico que viajaba de aventón a lo Kerouac y muchos de los asistentes a sus conciertos no son parecidos a alguien que no tiene nada que perder. Sin duda los tiempos han cambiado, y lo han hecho de una manera bastante inquietante por cierto. Es por eso que me llama la atención la manera como generacionalmente se puede resignificar el contenido de la obra de Dylan y con esta, quizá toda una herencia cultural, la de los sesenta y setenta.

Aparecido en el periódico Metate de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM