9.5.08

La transformación de las ciudades/ A propósito de Harvey y otras cosas...

Paul Klee/Dream city



La privatización de los espacios públicos es un fenómeno que se puede observar en Santiago de Chile, en Shangai o en la Ciudad de México. Esto se debe a que desde hace algunos años la puesta en marcha de políticas económicas a partir del modelo neoliberal han impactado en la manera como se construyen los espacios urbanos en los que vivimos. A las sugerentes propuestas de David Harvey, académico de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, podemos encontrar muchas correspondencias, en nuestra vida en esta y otras ciudades. Lo interesante de David Harvey es que cuando aborda el tema de la ciudad lo hace desde la visión de un habitante. Ahora bien, un proceso de este tipo con todas las implicaciones que tiene, debe ser pensado en términos históricos y es por ello que Harvey acude al pasado de la ciudad de Nueva York. Su hipótesis radica en afirmar que muchas de las estrategias para imponer y desarrollar el modelo económico neoliberal fueron “descubiertas” a partir de la experiencia Nueva York, por una élite político-económica. Mientras que durante la posguerra, se vivieron los “años dorados” del capitalismo, en donde cierto tipo de “compromiso de clase” hizo posible el auge del paradigma keynesiano y la creación de sociedades de protección; a partir de la década de los setenta, asistimos a la crisis de la forma de acumulación de capital a nivel mundial. Es en este contexto en que se retomará una teoría que agrupaba un conjunto de prácticas político-económicas denominada neoliberalismo. Aunque por esos años no gozaba demasiada credibilidad, supieron aprovechar la coyuntura para ponerla en práctica. En Nueva York, la crisis fiscal y el endeudamiento de principios de los setenta ofrecieron la oportunidad perfecta para experimentar nuevos métodos. En principio se creó una especie de mesa redonda de empresarios y miembros del gobierno que decidieron en lo sucesivo como usar el presupuesto y como manejar la deuda. Así, por un lado, las instituciones financieras y el gobierno federal se negaron a prestar dinero a la ciudad. Por el otro los ingresos fiscales se destinaron de manera creciente al pago de la deuda. Lo que esto señala, en última instancia, es un cambio de época con relación a la política económica anterior: en caso de haber un conflicto de intereses entre las instituciones financieras y el bienestar de la población, se elige defender el interés de las primeras y atacar a la gente. El ataque reside en la erosión de los servicios municipales: recolección de basura, educación, salud, bomberos, transporte público etc. A la par de esto, se realiza una campaña mediática que a partir de la colaboración de “especialistas” económicos revisten estas nuevas lógicas de legitimidad científica. Todas estas medidas, que afectan en principio el presupuesto, derivan en la merma de los estándares de vida de la ciudad donde son aplicadas. A los servicios públicos abandonados le siguen los efectos del desempleo y la inflación. Para principios de los ochenta, este principio se volvió una máxima, se reprodujo en otros lugares y México fue uno de los primeros sitios en “aprender” la lección . Con la crisis económica del 1982, se envió una misión del FMI para hacer un plan de “rescate” que incluía un programa de austeridad. Así la regla funciona, es un principio práctico del neoliberalismo, las instituciones financieras son rescatadas, no importa el que sus decisiones sobre la inversión sean absurdas, o que se realicen a costa de la gente. Es por esto que el Harvey señala la contradicción existente entre los principios teóricos del neoliberalismo que exigen la no intromisión del estado en el mercado, y la real actuación de este para llevar a buen puerto los planes de rescate. Además debemos tomar en cuenta el papel determinante que los organismos internacionales han cobrado para la economía de los países. En contra de lo que suele decirse, el papel del Estado nunca había sido tan importante, sólo ha cambiado de funciones. En lo que toca a las ciudades, el Estado se encarga de proveerlas de un buen clima para los negocios y para la inversión. Esto supone esconder a los homeless, quitar a los vendedores ambulantes; en resumen: disciplinar la ciudad. Los espacios centrales de la ciudad dejan de ser populares y comienzan a ser lugares fundamentalmente turísticos o de negocios. En última instancia lo que señala David Harvey es que lo que ha pasado en Nueva York tiene ramificaciones en otros lados, se trata de la construcción de ciudades bipolares en donde un nuevo tipo de ortodoxia, anula las otras ciudades posibles. Se trata de una inmensa concentración de poder político económico que reconstruye las ciudades a partir de una imagen determinada por ellos. Parte de este proyecto, implica que las ciudades dejan de ser el lugar en el que hemos vivido, que la cirugía plástica que se ha empezado a realizar a la ciudad dote de un nuevo rostro a los barrios que la han conformado. Ejemplos como Santa Fé, Tepito, Coyoacán, Iztapalapa, ya han pasado por la “manita de gato” que requiere una maniobra de este tipo. Los descontentos producidos por la manera de llevar a cabo esta reconstrucción de la ciudad, han sido aplastados sin demasiado alboroto del resto de los habitantes de nuestra ciudad. Para ello se ha recurrido a un discurso que busca construir imágenes de los habitantes de algunos de estos puntos de la ciudad como criminales, como habitantes de zonas sin ley, resabios o actualizaciones de la barbarie. Pero esta historia no tiene todavía un final, aunque tal vez nuestros barrios estén destinados a dejar de ser la historia que fueron y se conviertan la ciudad donde solamente habitarán los Bloomberg y los Slim.

Aparecido en el periódico Metate, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM

El Capitalismo como religión / Walter Benjamin

Paul Klee/ Sonido antiguo, Abstracto en negro



Hay que ver en el capitalismo una religión. Es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, penas e inquietudes a las que daban antiguamente respuesta las denominadas religiones. La comprobación de esta estructura religiosa del capitalismo, no sólo como forma condicionada religiosamente (como pensaba Weber), sino como fenómeno esencialmente religioso, nos conduciría hoy ante el abismo de una polémica universal que carece de medida. [Y es que] no nos es posible describir la red en la que nos encontramos. Sin embargo, será algo apreciable en el futuro.
No obstante, son reconocibles tres rasgos de esa estructura religiosa del capitalismo en el presente. Primero, el capitalismo es una pura religión de culto, quizás la más extrema que haya existido jamás. En el capitalismo todo tiene significado sólo en relación inmediata con el culto. No conoce ninguna dogmática especial, ninguna teología. Desde este punto de vista, el utilitarismo gana su coloración religiosa. A esa concreción del culto se vincula un segundo rasgo del capitalismo: la duración permanente del culto. El capitalismo es celebración de un culto sans trêve et sans merci (sin tregua ni piedad). En él no hay señalado un día a la semana, ningún día que no sea día festivo (en el sentido terrible del desarrollo de toda la pompa sacral) que constituiría el esfuerzo más manifiesto de quien adora. Este culto es, en tercer lugar, culpabilizante. Probablemente el capitalismo es el primer caso de culto no expiante, sino culpabilizante. Este sistema religioso se encuentra arrastrado por una corriente gigantesca. Una monumental consciencia de culpa que no sabe sacudirse la culpabilidad de encima echa mano del culto no para reparar esa culpa, sino para hacerla universal, forzarla a introducir en la consciencia y, [finalmente] y sobre todo, abarcar a Dios mismo en esa culpa para que se interese finalmente en la expiación. La expiación, por tanto, no debe esperarse del culto mismo, ni de la reforma de esa religión. Tendría que sostenerse en algo más seguro que en ella misma. Tampoco podría sostenerse en su rechazo. En la esencia de ese movimiento religioso que es el capitalismo [yace la idea] de resistir hasta el final, hasta la culpabilización final de Dios, hasta la consecución de un estado mundial de desesperación que es, precisamente, el que se espera. En esto estriba lo históricamente inaudito del capitalismo, que la religión no es reforma del ser, sino su destrucción. La expansión de la desesperación hasta un estado religioso mundial del cual ha de esperarse la salvación. La trascendencia de Dios se ha derrumbado, pero no ha muerto, sino que está comprendido en el destino de la humanidad. Ese tránsito del planeta humano por la casa de la desesperación en la absoluta soledad de su trayecto es el ethos determinado por Nietzsche. Ese hombre es el ultrahombre, el primero que empieza a cumplir, reconociéndola, la religión capitalista. Su cuarto rasgo es que Dios debe permanecer oculto, y sólo debe ser llamado en el cenit de su culpabilización.
El culto es celebrado ante una divinidad inmadura y toda representación, todo pensamiento en esa divinidad daña el secreto de su maduración.
La teoría freudiana es también parte del dominio sacerdotal de ese culto. Está pensada de forma totalmente capitalista. Lo reprimido, la imaginación pecaminosa es, en lo más profundo y por [una] analogía que todavía habrá que clarificar, el capital, que paga intereses [verzinst] por el infierno del inconsciente.
El tipo de pensamiento religioso capitalista se encuentra extraordinariamente expresado en la filosofía de Nietzsche. El pensamiento del ultrahombre sitúa el salto apocalíptico no en la conversión, expiación, purificación [y] penitencia, sino en el aparente permanente acrecentamiento- si bien, en el último tramo, discontinuo y a saltos. Por eso, aumento y desarrollo son en el sentido del non facit saltum (del no dar saltos) inconciliables. El ultrahombre es el hombre histórico al que se llega sin conversión que traspasa el cielo. Este hacer saltar el cielo por medio de un acrecentamiento humano que religiosamente es y se mantiene (también para Nietzsche) como endeudamiento (culpa) [Verschuldung] lo prejuzgó Nietzsche. Y similarmente Marx: el capitalismo incambiable se tornará, con intereses e intereses de intereses, cuya función es la deuda (vid. La duplicidad demoníaca de ese concepto [deuda/culpa: Schuld], en socialismo.
El capitalismo es una religión del mero culto, sin dogma. El capitalismo se ha desarrollado en Occidente –como se puede demostrar no sólo en el calvinismo, sino en el esto de las orientaciones cristianas ortodoxas- parasitariamente respecto del cristianismo de modo tal que, al final, su historia es en lo esencial la de su parásito, el capitalismo.
-Comparación entre las imágenes de los santos de las distintas religiones, por un lado, y los billetes de los distintos Estados, por otro-El espíritu que se expresa en la ornamentación de los billetes.
{Aquí hay varias anotaciones bibliográficas: Fuchs, Weber, Sorel, Landauer Troeltsch…}

Las preocupaciones: una enfermedad del espíritu que es propia de la época. Situación espiritual (no material) sin salida que (deviene) en pobreza, vagabundeo, mendicidad, monacato. Una situación así que carece de salida es culpabilizante. Las “preocupaciones” son el índice de la consciencia de culpabilidad de la situación sin salida. Las preocupaciones se originan por el miedo ante la falta de salida colectiva, no individual-material.
En tiempos de la Reforma el cristianismo no favoreció el advenimiento del capitalismo, sino que se transformó en él.Metódicamente habría que investigar en primer lugar qué vinculos estableció en cada momento el dinero con el mito, hasta que pudo atraerse hacia sí tantos elementos míticos del cristianismo para constituir ya el propio mito.[algunas citas..]Vinculo del dogma con el capitalismo, desde lo disuelto – y para nosotros en esa característica naturaleza del saber que es salvadora y que está muerta al tiempo (¿) . El balance como saber realizado y salvador (¿)}.Contribuye al conocimiento del capitalismo como una religión el hacer presente que originalmente los infieles consideraron la religión no como un “elevado interés moral”, sino como el más inmediatamente práctico. En otras palabras: fueron tan poco conscientes, como el capitalismo actual, de su naturaleza “ideal” o “trascendente”, que vieron más bien en el individuo irreligioso o heterodoxo de su comunidad, precisamente, a un miembro inconfundible de ella, igual que la burguesía actual los ve en sus miembros no productivos.
W. Benjamin, Gesammelte Schriften,vol. VI, 100-103.