Paul Klee/Dream city
La privatización de los espacios públicos es un fenómeno que se puede observar en Santiago de Chile, en Shangai o en la Ciudad de México. Esto se debe a que desde hace algunos años la puesta en marcha de políticas económicas a partir del modelo neoliberal han impactado en la manera como se construyen los espacios urbanos en los que vivimos. A las sugerentes propuestas de David Harvey, académico de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, podemos encontrar muchas correspondencias, en nuestra vida en esta y otras ciudades. Lo interesante de David Harvey es que cuando aborda el tema de la ciudad lo hace desde la visión de un habitante. Ahora bien, un proceso de este tipo con todas las implicaciones que tiene, debe ser pensado en términos históricos y es por ello que Harvey acude al pasado de la ciudad de Nueva York. Su hipótesis radica en afirmar que muchas de las estrategias para imponer y desarrollar el modelo económico neoliberal fueron “descubiertas” a partir de la experiencia Nueva York, por una élite político-económica. Mientras que durante la posguerra, se vivieron los “años dorados” del capitalismo, en donde cierto tipo de “compromiso de clase” hizo posible el auge del paradigma keynesiano y la creación de sociedades de protección; a partir de la década de los setenta, asistimos a la crisis de la forma de acumulación de capital a nivel mundial. Es en este contexto en que se retomará una teoría que agrupaba un conjunto de prácticas político-económicas denominada neoliberalismo. Aunque por esos años no gozaba demasiada credibilidad, supieron aprovechar la coyuntura para ponerla en práctica. En Nueva York, la crisis fiscal y el endeudamiento de principios de los setenta ofrecieron la oportunidad perfecta para experimentar nuevos métodos. En principio se creó una especie de mesa redonda de empresarios y miembros del gobierno que decidieron en lo sucesivo como usar el presupuesto y como manejar la deuda. Así, por un lado, las instituciones financieras y el gobierno federal se negaron a prestar dinero a la ciudad. Por el otro los ingresos fiscales se destinaron de manera creciente al pago de la deuda. Lo que esto señala, en última instancia, es un cambio de época con relación a la política económica anterior: en caso de haber un conflicto de intereses entre las instituciones financieras y el bienestar de la población, se elige defender el interés de las primeras y atacar a la gente. El ataque reside en la erosión de los servicios municipales: recolección de basura, educación, salud, bomberos, transporte público etc. A la par de esto, se realiza una campaña mediática que a partir de la colaboración de “especialistas” económicos revisten estas nuevas lógicas de legitimidad científica. Todas estas medidas, que afectan en principio el presupuesto, derivan en la merma de los estándares de vida de la ciudad donde son aplicadas. A los servicios públicos abandonados le siguen los efectos del desempleo y la inflación. Para principios de los ochenta, este principio se volvió una máxima, se reprodujo en otros lugares y México fue uno de los primeros sitios en “aprender” la lección . Con la crisis económica del 1982, se envió una misión del FMI para hacer un plan de “rescate” que incluía un programa de austeridad. Así la regla funciona, es un principio práctico del neoliberalismo, las instituciones financieras son rescatadas, no importa el que sus decisiones sobre la inversión sean absurdas, o que se realicen a costa de la gente. Es por esto que el Harvey señala la contradicción existente entre los principios teóricos del neoliberalismo que exigen la no intromisión del estado en el mercado, y la real actuación de este para llevar a buen puerto los planes de rescate. Además debemos tomar en cuenta el papel determinante que los organismos internacionales han cobrado para la economía de los países. En contra de lo que suele decirse, el papel del Estado nunca había sido tan importante, sólo ha cambiado de funciones. En lo que toca a las ciudades, el Estado se encarga de proveerlas de un buen clima para los negocios y para la inversión. Esto supone esconder a los homeless, quitar a los vendedores ambulantes; en resumen: disciplinar la ciudad. Los espacios centrales de la ciudad dejan de ser populares y comienzan a ser lugares fundamentalmente turísticos o de negocios. En última instancia lo que señala David Harvey es que lo que ha pasado en Nueva York tiene ramificaciones en otros lados, se trata de la construcción de ciudades bipolares en donde un nuevo tipo de ortodoxia, anula las otras ciudades posibles. Se trata de una inmensa concentración de poder político económico que reconstruye las ciudades a partir de una imagen determinada por ellos. Parte de este proyecto, implica que las ciudades dejan de ser el lugar en el que hemos vivido, que la cirugía plástica que se ha empezado a realizar a la ciudad dote de un nuevo rostro a los barrios que la han conformado. Ejemplos como Santa Fé, Tepito, Coyoacán, Iztapalapa, ya han pasado por la “manita de gato” que requiere una maniobra de este tipo. Los descontentos producidos por la manera de llevar a cabo esta reconstrucción de la ciudad, han sido aplastados sin demasiado alboroto del resto de los habitantes de nuestra ciudad. Para ello se ha recurrido a un discurso que busca construir imágenes de los habitantes de algunos de estos puntos de la ciudad como criminales, como habitantes de zonas sin ley, resabios o actualizaciones de la barbarie. Pero esta historia no tiene todavía un final, aunque tal vez nuestros barrios estén destinados a dejar de ser la historia que fueron y se conviertan la ciudad donde solamente habitarán los Bloomberg y los Slim.
Aparecido en el periódico Metate, de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM
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