Alguien debería montar un ballet titulado
¡Guantánamo, Guantánamo! Un grupo de prisioneros, con grilletes en los tobillos, gruesos mitones de fieltro en las manos, orejeras y capuchas negras, ejecutan las danzas de los perseguidos y desesperados. A su alrededor, guardianes de uniforme verde oliva brincan con una energía y un júbilo demoníacos, con picanas eléctricas y porras en mano. Tocan a los prisioneros con las picanas, y los prisioneros saltan; los derriban al suelo y les meten la porra en el ano, y los prisioneros sufren espasmos. En un rincón, un hombre con zancos y una máscara de Donald Rumsfeld alternativamente escribe en su atril y danza eufóricas gigas.
Un día se realizará, aunque no sea yo quien lo haga. Incluso es posible que sea un éxito en Londres, Berlín y Nueva York. No tendrá absolutamente ningún efecto sobre las personas en las que se centra, a las que les tiene por completo sin cuidado lo que los espectadores del ballet piensen de ellas.
En
Diario de un mal año
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