La televisión. ¿Por qué la veo? El desfile de políticos todas las noches: solamente tengo que ver esas caras toscas e inexpresivas, tan familiares desde la infancia, para sentir abatimiento y náuseas. Los matones de la última fila de pupitres de la clase, chavales torpes y huesudos, ya crecidos y ascendidos para gobernar la tierra. Con sus padres y sus madres, con sus tías y tíos, con sus hermanos y hermanas: una horda de langostas, una plaga de langostas negras infestando el país, masticando sin cesar, devorando vidas... Ya no se molestan en arrogarse legitimidad. Se han sacudido de encima la razón. Lo que los absorbe es el poder y el estupor del poder. Comer y beber, masticar vidas, eructar. El parloteo lento y con la barriga llena. Sentados en círculo, debatiendo pesadamente, emitiendo decretos como mazazos: muerte, muerte, muerte...Vemos como los pájaros miran a las serpientes, fascinados por lo que está apunto de devorarlos. Fascinación: el homenaje que rendimos a nuestras muertes. Entre las ocho y las nueve nos reunimos y ellos se exhiben ante nosotros. Una manifestación ritual, como las procesiones de obispos encapuchados durante la guerra de Franco. Una tanatofanía: mostrarnos nuestra muerte. ¡Viva la muerte!es su grito, su amenaza. Muerte a los jóvenes. Muerte a la vida. Cerdos que devoran a su prole. La Guerra de los Cerdos.
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